El miedo es una emoción que está presente en las personas, en algunos casos un poco más evidente que en otros, y al ser un mecanismo de defensa en momentos de inseguridad o peligro, el miedo se utiliza para la sobrevivencia; sin embargo, si no sabemos gestionar nuestras emociones, ni logramos entender el miedo y las causas de este, es complejo verlo como una herramienta para oportunidades y experiencias.
Es importante abordar como primer punto lo que significa intransigencia y partiendo de allí, conocer un poco las características de las personas que son intransigentes y valorar si requiero hacer cambios en mis actitudes para dejar de serlo y que no afecte mi relación con los otros y las decisiones que tome en el camino personal, familiar y profesional. Cuando hablamos de intransigencia, se hace énfasis en no ceder, es decir que la persona es terca, no es flexible, está convencida de que su punto de vista es el único verdadero y justo, aunque no sea así. La intransigencia puede ser una actitud empleada como defensa cuando su ego es atacado, o cuando sienten temor porque sus ideas o creencias no son tan sólidas y se genera incertidumbre y no aceptan cambios o un “no” como respuesta.
Todos los días y años de nuestra vida se tornan diferentes y particulares, según las circunstancias en que estemos envueltos. Este 2021 no ha sido la excepción, y más aun considerando que seguimos inmersos en una pandemia que ha generado grandes cambios, tanto positivos como negativos.
Pasar por una crisis es parte de una experiencia fuerte que enfrentamos y que llega a nuestra vida de muchas maneras, ya depende de nosotros cómo dejamos que influya y afecte la estabilidad, las decisiones, las metas e ilusiones que tengamos.
Hoy en día, la falta de comunicación genera conflictos que se pueden evitar con solo tener espacios para escuchar a los demás, para compartir criterios y entendernos. Cuando hablamos de escucha activa, nos referimos a la habilidad que tenemos de poner atención a los demás, a ese mensaje que nos comunican cuando buscan la oportunidad de expresarnos lo que piensan y sienten, poniéndonos en el lugar de la otra persona.
Muchos de nosotros oímos lo que nos expresan, pero no escuchamos realmente las palabras de los demás. Tengamos presente que oír es percibir el sonido solamente, pero escuchar va más allá porque implica paciencia, compromiso, respeto, esfuerzo, empatía, disposición, atención, además de tener presente el lenguaje no verbal, ya que este puede decir más de lo que pensamos y lastimar los sentimientos de quien nos está expresando sus ideas y emociones.
Cuando mostramos una escucha activa mantenemos contacto visual con los demás, una sonrisa que transmite motivación e interés por lo que están hablando, una postura de respeto donde no se evidencie distracción, molestia o aburrimiento.
Es importante que, cuando estemos escuchando a otra persona, evitemos juzgar, minimizar lo que nos cuentan, interrumpir a quien nos habla, imponer nuestras ideas, mostrar actitud de aburrimiento, distracción o desinterés, ya que la persona está acercándose por confianza, porque requiere apoyo y necesita hablar.
Si no tenemos la habilidad de escuchar a las personas, pero queremos hacer nuestro esfuerzo para mejorar, busquemos alternativas que nos orienten. Veamos algunos consejos.
Licda. Carolina Blanco Vargas
Psicóloga. Para consultas: 8846-7110
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La pandemia de covid-19 ha generado en todos nosotros grandes retos, adaptaciones conductuales, familiares, personales y laborales de gran impacto, tanto positivos como negativos. Dentro de los cambios más fuertes que enfrentamos está la virtualización, la incorporación casi total del empleo de tecnología, del aprendizaje forzoso al uso de plataformas, de estrategias donde no solo requerimos concentración en las funciones desempeñadas, sino también tener espacios para el descanso físico y mental, el compartir con los seres queridos, atender todas las responsabilidades, entre otros.
La salud mental incluye nuestro bienestar y equilibrio emocional, psicológico y social. Afecta la forma en que pensamos, sentimos y actuamos cuando enfrentamos la vida. También ayuda a determinar cómo manejamos el estrés, nos relacionamos con los demás y tomamos decisiones.
Muchas veces callamos tantas cosas negativas que, sin darnos cuenta, nos vamos ahogando y cargando hasta que dejamos de encontrar soluciones, las emociones se vuelven poco significativas, y hasta olvidamos que estas son la causa de la ansiedad, del estrés o la depresión que tenemos. El reprimir provoca malestares físicos, emocionales, espirituales que hacen que la vida se torne aburrida, cansada, y de angustia diaria.
Debemos tener presente que las circunstancias en la vida pueden llegar a convertirse en una oportunidad para crecer, y abrirnos puertas a nuevos caminos y desarrollar deseos y metas internas.
A inicios de año, siempre pensamos en nuestras metas, proyectos, deseos, ilusiones y mucho más, no solo desde el área personal, sino también en los ámbitos familiares, académicos o profesionales, laborales, espacios sociales para compartir con los amigos y compañeros en general. Surgen emociones profundas de qué voy a hacer para que el año que comienza sea diferente, que marque en la vida para bien, que podamos mejorar aspectos que se requieren trabajar y que por alguna razón no fue posible en etapas anteriores.
La ansiedad es una reacción emocional de adaptación, anticipación y normal ante eventos de resultado incierto que imaginamos como amenazantes, o ante situaciones ante las cuales pensamos que no tenemos recursos suficientes para afrontarlas.
También puede ser una reacción útil para ser más eficientes en la tarea que pretendemos realizar. Por ejemplo, un nivel de ansiedad moderado puede hacer que trabajamos más eficazmente, o que aprovechemos más el tiempo que tenemos.
Algunas de las sensaciones físicas que una persona puede presentar, ante un evento ansioso, son la aceleración del ritmo cardíaco y respiratorio, opresión en el pecho, tensión muscular, sudoración de las palmas de las manos, aumento en la temperatura, malestar en el estómago, mareos, temblor en las manos y las piernas, dilatación de las pupilas, palidez facial, hormigueo o náuseas.
Por otro lado, se manifiestan problemáticas a nivel emocional y cognitivo como presencia de nerviosismo, angustia, pensamientos negativos, ideas obsesivas, problemas de concentración, dificultad para tomar decisiones, irritabilidad, inseguridad, susceptibilidad y algunas preocupaciones excesivas.
Es notorio que a nivel conductual se sufran cambios producto de la ansiedad, por ejemplo, los bloqueos, la rigidez, la dificultad para expresarse o actuar, tener cambios en la alimentación y en el sueño, no poder establecer relaciones sociales asertivas y evitar situaciones.
Debemos prestar atención a cada una de las consecuencias de esta problemática, ya que podríamos tener más complicaciones a futuro, como la poca tolerancia a la frustración, problemas en el estado de ánimo, afectación en la cotidianidad, incapacidad de interactuar con los demás, deterioro de la autoestima, o no poder realizar actividades personales, laborales o académicas, ya que surgen sentimientos de incapacidad.
Cada persona maneja la ansiedad de forma diferente y particular, sin embargo, podemos tomar en cuenta ciertas recomendaciones para bajar un poco los niveles e ir poco a poco teniendo estabilidad. Dentro de ellas tenemos:
Recuerda que a pesar de lo negativo, la ansiedad también nos prepara para:
Luchar, enfrentar o atacar el posible peligro o problema.
Huir del posible peligro o amenaza.
Evitar las situaciones aversivas o temidas.
Dar herramientas o conocimientos para enfrentar riesgos y acceder a nuestros objetivos.
Licda. Carolina Blanco Vargas
Psicóloga. Para consultas: 8846-7110
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La motivación es la clave para entender por qué los seres humanos son perseverantes buscando ciertos logros; es la “palanca” que mueve las conductas, la que permite provocar cambios y crecimientos en la vida, teniendo presente que no todos los días son igualmente activos, pero debemos persistir en las metas hasta ver resultados y llegar a la realización.